Doloroso espectáculo en Riohacha
No es necesario llegar a zonas deprimidas económicamente, zonas de tolerancia, ni cartuchos; en pleno sector turístico de Riohacha, se puede apreciar un triste, pero también doloroso espectáculo que se viene presentando con los niños de la calle, principalmente los que ya cayeron en las garras de la drogadicción.
Para el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar -ICBF- de La Guajira, el caso, ni los rostros de esas ’víctimas’ es nuevo. Ya los conocen de auto, incluso saben en el ICBF y en la coordinación de la Policía de Infancia y Adolescencia, quienes son y hasta los remoquetes con los que se llaman en su mundo, mundo que se ha tornado invisible para el Gobierno y sus instituciones encargadas de darle solución.
No son más de cinco los niños que deambulan por las calles de Riohacha, principalmente por el centro y zona turística para pedir dinero y luego en los lugares que son conocidos, tanto por la Policía Nacional, como por los restantes organismos de control, en donde se hace el expendio de los sicotrópicos.
De acuerdo con informaciones del ICBF, son niños que ya han sido remitidos a centros de rehabilitación en otras ciudades, pero, o han escapado, o al terminar su tratamiento han recaído y están de regreso en la ciudad.
Lo cierto es que se trata de un espectáculo, que desdice mucho de nuestra imagen ante el resto del País que deambula por la avenida La Marina, representado en los turistas que nos visitan cada semana.
Para muchas personas se trata de un problema con solución. Son solo cinco u ocho muchachos en los que se puede invertir un poco de trabajo y dinero para recuperarlos como seres humanos.
Por el momento, la mayor recomendación que se puede hacer a las personas que sienten asco o desprecio por estos seres es decirle que primero hay que entender que se trata de seres humanos y segundo no verlos como los victimarios, sino como las víctimas de una sociedad que los hace invisibles y juega con los presupuestos económicos que le corresponden a cada uno de ellos. Hay que entender que ninguna persona quiere ser drogadicta y sentir en carne propia el desprecio de una sociedad confundida y entender la drogadicción como lo que es: una enfermedad de la que solo se sale si hay comprensión y apoyo, principalmente de la familia y luego de la sociedad.
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