UN ALZAMIENTO INDÍGENA DEL CARIBE EN EL SIGLO XVIII Y SU LUGAR EN LA HISTORIA Y LA MEMORIA DE COLOMBIA


Por Wilder Guerra Curvelo
En la introducción de su ensayo The Pacification Campaign on the Riohacha Frontier, 1772-1779 el historiador norteamericano Allan Kuethe señala como en el último periodo del Virreinato de la Nueva Granada este condujo vigorosas campañas militares contra grupos indígenas hostiles en dos fronteras separadas de su jurisdicción. La más conocida de ellas comenzó en 1785 en el istmo del Darién y ha sido estudiada por historiadores europeos como Manuel Luengo Muñoz quien sobre el tema dio a conocer su estudio: Genesis de las expediciones militares al Dari6n en 1785-86, publicada en el Anuario de Estudios Americanos, XVIII de Sevilla . La otra campaña había sucedido en la década anterior en la península de La Guajira y se había desarrollado durante el periodo comprendido entre 1769 y 1776. Hasta el presente afirma Kuethe, quien escribe en 1970, dicha acción ha permanecido en la oscuridad resaltando el silencio que encontró sobre este hecho histórico al examinar la producción historiográfica nacional. La preocupación de Kuethe revive ante la próxima conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Colombia y otros países de Hispanoamérica como Venezuela, México y Chile. Este tipo de conmemoraciones hace resurgir preguntas acerca de cómo participaron los distintos grupos sociales de nuestro continente y de nuestro país en dicho proceso. Algunas preguntas se hallan relacionadas con la validez del marco temporal convencionalmente adoptado para situar la independencia: la segunda y tercera décadas del siglo XIX. Nuevos enfoques consideran que para examinar la última etapa de la monarquía española deben considerarse los grandes alzamientos indígenas contra la dominación española en los Andes y el Caribe que se registraron durante el siglo XVIII. Otras preguntas están vinculadas con las formas de registro de dicho eventos tanto en la historia oficial como en la memoria de las sociedades nacionales de los países hispanoamericanos. Este último tipo de interrogantes es el que motiva el presente trabajo. Las tareas de indagación que estimulan estas ausencias se asocian con la necesidad de identificar, como lo ha llamado Trouillot, los dispositivos de silenciamiento del pasado que se emplean en estos casos. ¿Por qué hasta ahora los alzamientos indígenas no han formado parte de la memoria oficial? ¿qué mecanismos para borrarlos o banalizarlos se emplean? ¿porqué estos procesos no son objeto de conmemoración? ¿quién tiene la capacidad de conmemorar y de señalar que es digno de ser memorable? Para tratar de acercarnos a las respuestas sobre estos interrogantes tomaremos el caso del alzamiento wayuu de 1769-1776 que se dio en un territorio hoy dividido entre las repúblicas de Colombia y Venezuela. Como ya se ha señalado este hecho no forma parte de las conmemoraciones oficiales en ambos países y al menos en el primero de ellos no ha sido objeto de gran interés en las instancias académicas o de poder en donde se determina que es digno o no de ser investigado. Aun entre la propia población indígena este hecho no es colectivamente recordado I. El alzamiento de mayo de 1769 en el marco de las insurrecciones indígenas La segunda mitad del siglo XVIII fue un periodo caracterizado por grandes alzamientos indígenas. Entre los eventos que han sido objeto de un mayor escrutinio por parte de los historiadores se encuentra la llamada Insurrección de los Andes (1742-1782) cuyas figuras centrales son Tupac Amaru y Tupac Catari en los Andes peruanos. El gran detonante de los alzamientos fue la puesta en marcha por parte de la monarquía española de las llamadas reformas borbónicas en los territorios americanas dirigidas a modernizar y centralizar la administración colonial (Gutierrez, 2007). Uno de los objetivos era el de aumentar los excedentes enviados desde las colonias a la metrópoli y aumentar y concentrar el poder de los agentes de esta en ultramar. Las reformas o la forma en que estas fueron aplicadas aumentaron las tensiones existentes entre los diversos grupos sociales entre ellos los pueblos indígenas y la administración colonial. Estas reformas no estuvieron limitadas a la región andina sino que surgieron también en el Caribe un escenario políticamente complejo y estratégico para la luchas de las potencias imperiales en América. En esta región se habían sentido los efectos de la llamada guerra de los siete años (1756 y 1763) ente Francia y España durante la cual los ingleses tomaron la Habana. En 1741 Cartagena había sobrevivido por poco a un ataque inglés por lo que la preocupación por la seguridad de estas provincias adquirió un interés adicional. Para efectos militares la ciudad de Riohacha, en cuyos alrededores se desato el alzamiento indígena de 1769 formaba parte de la Comandancia General de Cartagena que era la fortaleza clave para la defensa de la Nueva Granada. La rebelión de 1769 se inició en los poblados indígenas del Rincón, Laguna de Fuentes, La Cruz, Cercadillo, Orino, y Cayuz cercanos a Riohacha. Una expedición armada que debía marchar contra los indios Cocinas cambió súbitamente de dirección y se dedicó a cometer crueldades contra los indígenas poseedores de ganado. La reacción de los grandes jefes nativos de la época fue tan rápida como feroz. Quemaron los poblados y hatos existentes, dieron muerte a un religioso y a decenas de milicianos y civiles. Las sucesivas expediciones organizadas desde Riohacha con milicianos de esa ciudad, Valledupar y Santa Marta, sufrieron repetidas derrotas. El Virreinato de la Nueva Granada decidió enviar tropas regulares desde Cartagena para emprender una onerosa, prolongada y cruenta campaña de pacificación. El plan de pacificación estuvo a cargo del coronel de ingenieros Antonio de Arevalo quien combinó medidas de atracción pacifica y operaciones militares punitivas. Ambas buscaban aislar a las parcialidades indígenas más hostiles para luego someterlas mediante las armas. El principal temor era que los indígenas guajiros extendiesen su control territorial hasta Santa Marta y el Valle de Upar. Siguiendo su condición de ingeniero, Arévalo concibió el control de la península a través de ejes longitudinales y transversales sobre los cuales construiría pueblos fortificados de españoles labor que emprendió entre 1772 y 1776. Así, sobre el camino a Maracaibo fundó a San Carlos de Pedraza y a San Bartolomé de Sinamaica cuya función era proteger esta ruta vital para los vecinos de Riohacha. Para aislar a los puertos guajiros y evitar el comercio con ingleses y holandeses, que abastecían de armas a los nativos, se erigieron los pueblos de San José de Bahía Honda y Sabana del Valle creando la línea Bahía Honda–Tucacas. Hacia 1776 tras la muerte de centenares de soldados, milicianos, colonos, religiosos e indígenas el fracaso de este plan se confirma con el posterior arrasamiento que los indígenas hicieron de los pueblos fortificados y en la humillante retirada española de otros asentamientos como Bahía Honda. Los wayuu recuperaron el control total de su territorio y mantuvieron el comercio con las posesiones insulares inglesas y holandesas como Jamaica y Curazao. De los pueblos fundados por Arévalo solo subsiste hoy Sinamaica en el lado venezolano de la península. Esta frontera jamás volvió a recuperar su importancia para la administración virreinal y todo su esfuerzo se empleó en la década posterior en tratar de someter a la población indígena del Darién en el lado occidental del Caribe neogranadino. II. El alzamiento de mayo en las representaciones del pasado La documentación hoy disponible sobre los sucesos de mayo de 1769 y su consecuente campaña de pacificación refleja solo la visión del bando europeo y criollo del conflicto. Arévalo escribió 64 diarios de campaña de los que se han podido localizar 39 y elaboró un detallado material cartográfico de gran relevancia para estudiar este periodo. A ello habría que sumar documentos oficiales emitidos por las diferentes administraciones virreinales de la época y correspondencia privada de los vecinos de Riohacha. Antes del ensayo del norteamericano Allan Kuethe este suceso permaneció ignorado por gran parte de los historiadores colombianos y el suceso preindependentista resaltado en los textos escolares y en las conmemoraciones oficiales es el movimiento de los comuneros ocurrido en 1781¿Porque el suceso de 1769 a diferencia del de los comuneros no es registrado mínimamente en la historiografía oficial? Podrían darse varias respuestas a este interrogante. Como lo ha afirmado Trouillot (1995) la importancia histórica de un evento no depende tanto del impacto que tuvo en la época de su ocurrencia como de la forma en que lo inscribimos y lo seguimos inscribiendo en el tiempo. Es evidente que el registro del alzamiento indígena de 1769 en nada contribuía con la consolidación de nuevos estados nacionales como el colombiano y venezolano edificados justamente sobre la existencia de diversas naciones indígenas que al menos el régimen colonial de alguna manera reconocía. En consecuencia, su registro en nada contribuía a la consolidación del proyecto republicano. La concepción ideológica de un nuevo orden social de tipo postcolonial, como la creación de un estado nacional homogenizador, fue un proyecto fundamentalmente liderado por los criollos que se propusieron separarse por factores diversos de algo a lo que anteriormente se sintieron ligados: la monarquía española. No es el caso de algunas naciones indígenas como la de los guajiros que buscaban principalmente preservar su territorio, autonomía y formas de vida de los repetidos y fracasados intentos de sujeción política por parte de un imperio español al que jamás se sintieron ligados. La ausencia de documentos escritos que presenten la perspectiva indígena de los sucesos hace más fácil el funcionamiento de los dispositivos de olvido que se activan desde las instancias externas de poder en donde se decide que es digno de investigación y, por tanto, digno de mención (Trouillot, 1995) El historiador Erik Van Young (2006) señalaba en su obra La otra rebelión: La lucha por la independencia de México 1810-1821 que durante este proceso “hubo varios movimientos: uno dirigido por varios criollos con influencia del constitucionalismo de Cádiz. Es el que busca la independencia y no la autonomía, el que se enfrenta con la dura resistencia de la monarquía para ampliar los procesos políticos a los altos niveles. Por el otro lado se presentó la otra rebelión, un movimiento difuso y sin centro ideológico, conformado por grupos populares, sobre todo indígenas, que llegaron a formar 60 por ciento de los combatientes, pero su meta fue la autodefensa de su manera de vivir y, sobre todo, de sus comunidades y pueblos contra las fuerzas de la modernización, representadas por las reformas borbónicas” (Van Young 2006) El mismo autor se pregunta acerca de que fueron estas rebeliones: “¿una revolución que no lo fue, una revolución social fallida o revoluciones en miniatura”. El silencio del pasado opera aquí a través del mecanismo de supresión de unos sucesos de la historia. Cabe aquí, apropósito de la conmemoración del Bicentenario de las independencias, apoyarse en lo expresado por Candau (2006) en el sentido de que toda conmemoración establece una jerarquía de las memorias y le otorga una posición dominante a unos sucesos sobre otros. Esto puede materializarse en las celebraciones, placas conmemorativas, emisión de papel moneda, otorgamiento de nombres a las calles y emplazamiento de estatuas y monumentos entre otros actos. Sin embargo, toda la puesta en escena de símbolos no es suficiente como lo ha afirmado el autor ya mencionado: “No basta con transmitir un recuerdo en cada celebración. También tiene que haber receptores de ese recuerdo o el mensaje se perderá”.El olvido parecería actuar en este caso sobre todas las formas de representación del pasado al operar no solo sobre la historia sino también sobre la memoria. Actualmente los sucesos de 1769 no constituyen un evento visible en la memoria colectiva de los wayuu contemporáneos. Esto es relevante en la medida en que se trata de una agrupación humana que tiene unos especialistas depositarios de la memoria llamados jayeechimajachi cuyo nombre se deriva de su conocimiento, capacidad de creación y ejecución de cantos de carácter lirico o épico llamados Jayeechi. Estos especialistas pueden narrar con detalles enfrentamientos interfamiliares sucedidos a principios del siglo pasado en los que se resaltan figuras individuales debido a su valor, astucia o riqueza. Adicionalmente, algunos grupos de parientes uterinos llamados apushii pueden ubicar fácilmente sus distintos lugares de origen y reconstruir las migraciones de sus ancestros hasta bien entrado el siglo XVIII. No obstante, hasta hoy no se han registrado cantos ni relatos orales que mencionen las figuras destacadas del alzamiento: como los jefes indígenas llamados Caporinche, Juan Jacinto, Antonio Paredes, Majusares y Capitancito cuyos nombres obtenemos del corpus documental.Es probable que la ausencia de este recuerdo pueda deberse a una particular forma de organización social y política descentralizada que privilegia el valor funcional de la memoria familiar sobre una menos práctica memoria grupal. La primera sirve tanto para probar ante otros grupos familiares indígenas los derechos que les otorga la precedencia en la ocupación de un territorio sobre unos recursos naturales y unas áreas sagradas como para marcar sus continuidades y discontinuidades frente a otras unidades sociales y políticas. La segunda tiene en el ámbito de las disputas intraétnicas un carácter casi inocuo. De manera similar podría argüirse que los sucesos de 1769 no trajeron cambios significativos en la nación guajira más allá de la contención del poder español y la preservación de su territorio, autonomía y formas de vida. Adoptando la perspectiva de Connerton (1989) en su libro How societies remember el presente en este caso no requiere ser separado del pasado mediante un muro inconfundible y permanente que sirva como demarcación entre un antiguo orden colonial y uno nuevo que comienza pues el evento que nos ocupa no significó una ruptura con el pasado sino ganar justamente la posibilidad de evitar su disolución y preservar su continuidad. III. A manera de epilogo: conmemoración y reconstrucción histórica El historiador Vladimir Daza se pregunta en un reciente ensayo sobre el tema del alzamiento de 1769 ¿Son los wayuu los padres de la patria? y señala que “En la rebelión de mayo de 1769 los wayuu demostraron que aún controlaban el territorio, se tomaron a Riohacha, frenaron el comercio colonial, desafiaron los símbolos de la cultura católica española bebiendo chicha en los vasos sagrados de las iglesias y prácticamente expulsando a los evangelizadores hasta finales del siglo XIX. Los padres capuchinos vieron la rebelión de los wayuu como el mayor fracaso del poder colonial en la lucha por sujetar el último rincón del imperio y de sus indígenas. En la nueva interpretación propuesta por Eric Van Young, los guajiros contribuyeron, aunque esta no era su objetivo, a la lucha por la Independencia en el Caribe colonial colombiano. Sin embargo, ni siquiera en el marco local, los guajiros son vistos como héroes de la Patria gracias a la rebelión de 1769”. (Daza, 2009)Esto nos recuerda, como lo expresara Candau (2004), que la historia como la memoria puede tratar también de recomponer el pasado a través de “pedazos elegidos” y puede tornarse arbitraria, selectiva, plural, falible y caprichosa en la interpretación de los hechos que se propone sacar a la luz y comprender. No siempre los olvidos y las ausencias de la historia permanecen como tales El conocimiento de las actividades humanas del pasado es posible únicamente a través de la reconstrucción de sus trazas entendidas como marcas perceptibles de los sentidos (Ccnnerton, 1989). En consecuencia, la historia y la arqueología no son exclusivamente dependientes de la memoria social y pueden adoptar una actitud crítica con respecto a las fuentes escritas o sacar a la luz y redescubrir aspectos que han sido deliberadamente olvidados. Las conmemoraciones también pueden estimular el surgimiento de interrogantes acerca de las sumas de los olvidos y pueden colocar bajo examen la jerarquización de las memorias generando demandas de aquellos que se consideran excluidos y que quieren ejercer su capacidad de agencia y reconocerse como sujetos de la historia. Tales demandas y ejercicios en contra las ausencias y los olvidos de la memoria y de la historia bien pueden provenir del campo académico o de otros sectores sociales como los pueblos indígenas en Colombia y en Latinoamérica pues, como alguien afirmó, algunos de ellos tratan hoy de ser voces conscientes de su propia vocalidad. BIBLIOGRAFIAV. Barrera Eduardo (2000)Mestizaje, comercio y resistencia: La Guajira durante la segunda mitad del siglo XVIII. ICANH, BogotáVI. Candau Joel (2006) Antropología de la memoria. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires VII. Connerton Paul (1989) How societies remember .Cambridge University PressVIII. Daza Vladimir (2009) ¿Son los wayuu los padres de la patria? http://www.bicentenarioindependencia.gov.co/contexto/enlaces.aspIX. Moreno Josefina y Tarazona Alberto, (1984) (Compiladores), Materiales para el estudio de las relaciones interétnicas en la Guajira. Siglo XVIII (Documentos y mapas), Caracas, Biblioteca Nacional de Historia. .X. Kuethe, Allan(1970) The Pacification Campaign on the Riohacha Frontier, 1772-1779 The Hispanic American Historical Review, Vol. 50, No. 3 (Aug., 1970), pp. 467-481, Duke University XI. Sourdis, Adelaida (2004) La pacificación de la provincia del Rio del Hacha. Editorial El Ancora, BogotáXII. Van Young, Eric (2006) La otra rebelión (La lucha por la independencia de México, 1810-1821), México, Fondo de Cultura Económica, 2006XIII. Trouillot, Michel Rolph (1995) Silencing the Past, Power and the Production of History

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